En general, los científicos suelen ser bastante escépticos con la existencia de los fantasmas. Sin embargo, esto no ha sido siempre así. Durante la época victoriana, descifrar todo lo concerniente a los espíritus era la obsesión de muchos investigadores. Por un lado por simple curiosidad; pero, por otro, porque una de las revistas científicas más prestigiosas tanto de entonces como de la actualidad otorgaba un cuantioso premio a la persona que lograra demostrar que los fantasmas existen. Se esperaba que lo hiciese un científico, aunque quien más cerca estuvo de lograrlo fue una medium llamada Mina Crandon.

Conocida también como Margery o la bruja rubia de Lime Street, Crandon era una espiritista muy cotizada en Estados Unidos. Según ella, contaba con la ayuda de su hermano fallecido, que le servía como puente para hablar con los muertos. Al contrario que otros mediums vendehumos a los que se les veía el fraude a la legua, nadie lograba ver trampas en la forma de proceder de Margery. Por eso, llegó a hacer que muchos escépticos confiaran en que los fantasmas existen.

Uno de los mayores fans de Crandon fue sir Arthur Conan Doyle, el autor de Las Aventuras de Sherlock Holmes. El escritor estaba muy bien relacionado y conocía de primera mano al editor de Scientific American, Orson Desaix Munn II. Esta era la revista que ofrecía un premio de 5.000 dólares a quien demostrara que los fantasmas existen. Doyle estaba seguro de que Crandon podría hacerse con el premio. Y estuvo a punto, pero finalmente fue desenmascarada por la única persona capaz de descifrar sus artimañas. El mismísimo Harry Houdini.

La obsesión científica de demostrar que los fantasmas existen

En realidad, el interés por el espiritismo fue algo tardío en la vida de Margery. Cuando se casó en segundas nupcias con un hombre bastante mayor que ella, empezó a acercarse a este mundo por la obsesión de su marido. Como médico, solía leer la Scientific American, donde recientemente habían realizado algunos reportajes sobre sucesos paranormales. Poco a poco se fue sintiendo tan atraído por todo lo concerniente a los espíritus que no pensaba en otra cosa. Deseaba que su esposa compartiese la afición con él, por lo que finalmente ella aceptó a acomparñarle a una sesión de espiritismo.

Aunque no le llamaba la atención, poco a poco ella también se fue sintiendo atraída, pero con un objetivo diferente. Para ella podría ser una afición y además ayudaría a su marido a lidiar con un miedo a la muerte que también le atormentaba. 

Mina Crandon
Mina Crandon con supuesto "ectoplasma" en la cara.

Fue así como fui informándose sobre el tema hasta convertirse en la reputada Margery. Todo el mundo quería acudir a su consulta para hablar con esos seres queridos que habían pasado al otro lado. Su marido era su mayor fan, pero también Conan Doyle. Era una clara candidata para el premio de la Scientific American, por lo que el 23 de julio de 1924 se concertó una sesión con ella en la que se analizarían sus habilidades. El comité encargado del estudio estaba formado casi por completo por científicos y psíquicos, aunque también había un par de magos: Hereward Carrington y Harry Houdini.

La clave está en la magia

Ninguno de los científicos logró encontrar lagunas en los métodos de Crandon. Sin embargo, tras estudiar minuciosamente sus movimientos, Houdini logró reproducir todo lo que ella había hecho. No eran más que trucos y él era todo un experto en realizarlos.

Reconoció el mérito de Crandon como maga, al igual que él. Pero insistió en que no había hablado con espíritus en ningún momento. No podía llevarse el premio porque no había demostrado que los fantasmas existen.

La obsesión con los fantasmas de la época victoriana

Todo esto ocurrió dos décadas después del fin de la época victoriana. Sin embargo, por todo el mundo seguían muy vigentes los coletazos de esa era en la que la posible existencia de los fantasmas era una idea que flotaba constantemente en el ambiente.

Los testimonios de personas que aseguraban haberse cruzado con un espíritu en sus vidas eran muy abundantes, sobre todo en países como Inglaterra. No es raro que los científicos se convirtiesen en cazadores de fantasmas en busca de una explicación. 

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Las casas encantadas eran más bien casas insalubres. Foto por Celina Albertz en Unsplash

Gracias a ellos, poco a poco se descubrió que había explicaciones reales para las experiencias paranormales de tantas personas. Por ejemplo, en esa época las casas se calentaban con calderas de carbón que, si no quemaban bien, liberaban grandes cantidades de monóxido de carbono al aire. Este es un gas tóxico, cuya inhalación puede ser mortal. Pero, incluso si no llega a ese punto letal, puede producir síntomas como alucinaciones. También era una época en la que era habitual la presencia de humedades en las paredes de las casas. Algunos hongos ambientales pueden causar alucinaciones si se inhalan sus esporas.

Por eso, en realidad no había casas encantadas, sino casas insalubres. Y también muchas personas que, como Margery, tenían una gran habilidad para crear trucos que perpetuasen la ilusión de que los fantasmas existen. Por desgracia, ella no contó con la astucia del gran Houdini.