Los murciélagos no están ciegos. Partamos de esa base, porque existe la creencia popular de que no son capaces de ver y, por eso, recurren a la ecolocalización. Pero no es cierto. Lo que ocurre es que suelen moverse por la noche, en plena oscuridad, y necesitan un doble check que les permita desplazarse y cazar sin chocarse con ningún obstáculo. Para eso sirve la ecolocalización. De hecho, este no es un mecanismo exclusivo suyo. Otros animales, como los delfines, también lo emplean. Incluso algunos humanos desarrollan la capacidad de orientarse a través del eco.
En el caso de los humanos sí que suelen ser los que no pueden ver los que desarrollan la capacidad de ecolocalización. Las pruebas de resonancia magnética cerebral demuestran que mientras analizan el eco se activan algunas zonas de su cerebro asociadas a la visión. Eso nos lleva a pensar que, al perder este sentido, la plasticidad cerebral les permite agudizar el oído, pero con aplicaciones similares a las visuales. Ahora bien, si los murciélagos pueden recurrir a la ecolocalización sin estar ciegos, ¿por qué no íbamos a poder todos los humanos?
Basándose en esta premisa, un equipo de científicos de las universidades de Durham y Nueva York ha llevado a cabo una investigación dirigida a entrenar en la ecolocalización a personas tanto invidentes como con una visión normal. En contra de lo inicialmente esperado, todos los voluntarios lograron aprender y experimentaron cambios asociados en su cerebro. Parece que la ecolocalización no es solo cosa de invidentes. Puede ser muy útil aprenderlo para situaciones concretas, como una linterna que se queda sin batería en mitad de una noche oscura.
Entrenando para desarrollar la localización
Recordemos que la ecolocalización consiste en emitir sonidos, llamados clics, cuyas ondas viajan de vuelta al chocar con objetos y pueden darnos una idea del lugar en el que se encuentran los posibles obstáculos que no vemos bien. Las sesiones de entrenamiento de este estudio fueron de unas tres horas al día, dos días a la semana. Primero, los voluntarios tuvieron que aprender a hacer el sonido de clic con sus bocas. Después, se les enseñó cómo orientarse en un entorno virtual con clics simulados. A continuación pasaron a un escenario real, uno en interior y otro en exterior, pero aún con clics grabados. Y finalmente aprendieron a hacer lo propio con clics emitidos por ellos mismos.
Cada participante se sometió a una resonancia magnética para analizar la actividad de su cerebro antes y después del entrenamiento. Así, se vio que una vez que ya sabían orientarse mediante ecolocalización se fortalecía mucho la actividad tanto en las regiones asociadas al oído como las que se relacionan con la visión. Y no se trataba solo de actividad. Había aumentado la materia gris en algunas de esas regiones, demostrando que la plasticidad cerebral había intervenido en el aprendizaje.
¿Qué hago si quiero aprender?
De momento, todo esto se ha hecho solo a nivel experimental. No obstante, en el estudio que han publicado en la revista Cerebral Cortex, concluyen que cualquiera puede aprender la ecolocalización con el entrenamiento adecuado.
Su siguiente paso será justamente expandir y difundir la capacitación más ampliamente. Buscan métodos para optimizar el aprendizaje y que se pueda lograr de forma sencilla. Llegados a ese punto, quizás podamos aprender los pasos o incluso haya profesores de ecolocalización. El futuro será interesante. De momento, lo único que puedes hacer es intentarlo tú en casa. ¿Quién sabe? Quizás lo consigas sin necesidad de un instructor como los que tuvieron los participantes del estudio.