Cry Macho, la más reciente película de Clint Eastwood, es un ejercicio de paciencia. Y no se trata de que su ritmo sea lento o pierda la calidad argumental en beneficio del análisis del comportamiento de sus personajes. A los 91 años, el director parece haber aprendido algunas cosa acerca de lo íntimo del cine. Y lo demuestra a través de la percepción del bien y del mal como algo relacionado con la naturaleza de las cosas en apariencia insignificantes. 

También con la capacidad de la historia para desenvolverse a un ritmo pausado y delicado, que sorprende por su elegancia. Eastwood, que con Richard Jewell (2019) se enfrentó a la conciencia norteamericana y falló en el intento de plasmarla, encuentra en Cry Macho la reivindicación. Una forma de narrar que sorprende por su inteligencia y precisión. Con la misma sensibilidad retórica de El Gran Torino (2008) y la sensibilidad de Golpes del destino (2005), Cry Macho vuelve a las obsesiones de Eastwood.

Cry Macho es en realidad una curiosa mirada al cine que Eastwood admira y al que desea plasmar. A los largos silencios, a la redención a través del esfuerzo espiritual enmarcado en el físico. A la idea de cierto cansancio existencial que se adivina en la predilección del director por los planos largos, sofisticados y pulcros. 

El film es una cuidadosa estructura que busca relatar la sensibilidad antigua de un tipo masculinidad que ahora mismo resulta retrógrada. Pero gracias a Eastwood, y su habilidad para el relato visual, Cry Macho está más allá de las meras discusiones sobre lo correcto o lo aceptable. 

El director rinde homenaje al cine, al que conoce, con el que se hizo adulto y en el que profundiza con ejemplar precisión. Planos medios que se obsesionan con el rostro de los personajes. Paisajes interminables bañados en luz. Conversaciones en voz baja en media luz. Cry Macho es mucho más melancólica que emocional. También menos elocuente de lo que podría ser. Pero aun así es una pequeña y bien construida conversación con un respeto profundo de lo cinematográfico. 

No es la mejor película de Eastwood (está lejos del virtuosismo de Sin Perdón), pero sí quizás, una despedida bien pensada a una larga carrera. Con su versión acerca de la solidaridad y la sensibilidad que en la actualidad tiene un arcaico, Cry Macho es quizás una reliquia inesperada. Un obsequio de Eastwood para los amantes de un tipo de cine intimista y construido a base de la intuición, que rara vez se ve en la actualidad. 

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'Cry Macho', la pura esencia de Clint Eastwood

Antes de ser un director consagrado, Eastwood fue un actor de argumentos tensos y violentos. Y previo a eso, el pulcro estereotipo del extraño silencioso de los Westerns de Sergio Leone. La experiencia le dejó un conocimiento extenso sobre la manera de relatar una historia desde la periferia. 

Cry Macho hace un considerable hincapié en ese sentido inquietante de lo marginal. Lo hace a través de un debate emocional que no se muestra del todo, pero que permite a Eastwood hacer lo que mejor sabe. Conmover con escasas herramientas y con la conciencia de que el film que dirige es una mirada inquieta hacia la identidad de sus personajes.

La historia sobre el hombre mal encarado que debe enfrentarse a una situación inusual ya forma parte del repertorio de Eastwood. Pero en esta ocasión, el nudo argumental se mueve hacia lugares distintos a los habituales. Si en casi toda su filmografía termina en violencia, en esta ocasión el director está más ocupado en la tensión que subyace bajo la historia. 

Cuando Mike Milko (Eastwood) acepta buscar al hijo de 13 años de Howard Polk (Dwight Yoakam) trata de mantener la distancia emocional. Y lo hace a la manera del habitual del mentor a regañadientes que debe enmendar el camino de un díscolo discípulo. Pero Eastwood retoma la línea fundamental de la premisa y la configura hacia un relato de tránsito entre dos puntos de la vida. 

Eastwood, que no disimula su avanzada edad y que tiene un aspecto cansado e impaciente la mayor parte del film, crea un personaje sin demasiados matices. Pero aún así resulta entrañable en su ternura secreta. En especial, en la forma en que decide que Rafa (Eduardo Minett) merece la oportunidad de comprender la vida al margen de la violencia. 

El director regresa a la fórmula que usó con relativo éxito en Un mundo perfecto (1993) y lo hace a través de la mirada desde los extremos de la vida. La amistad improbable entre un niño y un adulto, se plasma en esta ocasión como un reflejo entre espejos. La mirada entre dos espacios de un recorrido discreto por el aprendizaje y una desconocida profundidad sobre la identidad y el tiempo. 

Al final, un recorrido hacia un horizonte silencioso

Eastwood, que desde hace más de veinte años impregna su obra de un ritmo silencioso y frugal, convierte a Cry Macho en una elegía. Es evidente que el director y actor conoce sus límites y más allá de los diálogos explicativos con pequeños grandes momentos de simple agotamiento. 

El Milko de Eastwood es un anciano y sabe que es probable el recorrer un largo camino junto a Rafa aunque sea lo último que haga. De modo que se esfuerza, imprime una sensación de angustia y potencia que asombra por su precisión. Casi centenario, Eastwood todavía tiene la fortaleza para dotar a sus historias de una identidad inevitable. Un poder entrañable que asombra por su fortaleza. 

A medio camino entre el road trip y también de un Western sensible, Cry Macho bien podría ser la despedida de Eastwood. Pero como Milko, que sabe con exactitud hacia dónde se dirige y que desea obtener, Cry Macho es una mirada al mundo de Eastwood. A su precisión como director de persistente inteligencia y de una terca integridad que sin duda, es su sello distintivo. 

Para la última escena, la película deja un sabor agridulce. ¿Será el último viaje de Milko? ¿La última película de Eastwood? La película no aclara nada semejante pero deja a su paso la sensación casi tierna de un adiós tardío, elegante y sofisticado de profunda sobriedad.